En Argentina el arte fungió como catalizador del imaginario colectivo, hasta principios del siglo XX donde las nuevas experiencias formales hicieron finalmente pie, buscando un nuevo vínculo social e intentando renovar la experiencia visual, fuera de toda referencia realista. La negación de las formas representacionales surgidas con el modernismo, quebraron definitivamente el éxito de aquel intento y nos llevó mas de cuarenta años reconocer el valor de la invención, como nueva forma de contrato social y visual con el espectador. La experiencia formal fué llevada en lo que va del siglo hasta los propios limites de la percepción, llevando la invención hasta su disolución en el reino de las ideas. La deconstrucción de nuestros propios condicionamientos, crean nuevos recuerdos que no teníamos, y nos traen otros demasiado frescos como para olvidar. En un tiempo donde las imágenes han perdido su aura, recobrar su misterio pareciera anacrónico y a la vez necesario. Existen obras que contribuyeron a conformar nuestro imaginario histórico e identitario, obras que aún hoy mantienen su perturbadora belleza más allá del registro o de la crónica. Por qué no podemos hoy ser cronistas y poetas y construir nuestra propia epopeya cotidiana? En la actualidad el culto al sujeto constituye una construcción paralela a su propia obra o escindida de ella, y se convierte en objeto aún durante su existencia como persona, acortando el proceso natural de "objetivación" que otorga el tiempo mismo y respondiendo a la necesidad de materializar los procedimientos de consumo, de los cuales inevitablemente pasamos a formar parte. Leonel Luna
tradiciones y genealogías
La utilización de las imágenes rurales, en la tradición pictórica académica de principios del siglo pasado, colaboró a formar el imaginario argentino y fue parte de las divergencias nacionalistas surgidas a raiz de la afluencia inmigratoria y su poderoso influjo sobre todo en el ámbito urbano. La tradición, como construcción y producto de una generación de hombres y mujeres, dispuestos a dar forma a un modelo de Nación, precisaba también de su propia iconografía en base a los nuevos ideales, para lo cual la formación académica era considerada, no sólo necesaria sino también, legitimadora del talento según el criterio de la época. Las innovaciones formales modernistas se disparaban del modelo iconográfico deseado y también del modelo político, que sostenía valores tradicionales, que promovían un orden moral, delineado por la alta burguesia porteña. Dentro del modelo prefijado y ya adentrados en el siglo veinte, con nuevos modelos estéticos en plena vigencia en los centros de arte europeos, el estado interviene para sostener la academia y los "valores plásticos" sujetos a la tradición finisecular, para construir nuestra propia épica en imágenes, que sirvan de ilustración, sobre acontecimientos fundadores de sentido patriótico. Los "encargos" de obra a artistas, tanto para edificios públicos e instituciones como para eventos especiales del gobierno, fueron un procedimiento habitual. El estado se sirvió de ellos, otorgando a los artistas puestos jerárquicos, dentro de las recién fundadas instituciones artísticas en el país. Así se legitimaban los valores de la academia y se aseguraban su éxito a través de los salones Nacionales.
La sensibilidad fue amenazada por la irrupción del modernismo, el cual vino acompañado por ideas sociales opuestas al modelo nacional de la generación del ochenta. Nuevas visiones intentaron refundar la relación entre los valores plásticos y su desvinculación con el modelo social de clases. La invención ponía a prueba las tradicionales formas de percepción, buscando deliberadamente, romper los patrones hasta entonces conocidos. La ruptura con la representación, indicaba una fractura total con los anteriores modelos y ponia en juego nuevas reglas que provocaron, a su vez, nuevas escisiones. Cualquier retorno a los fundamentos modernos supone un retroceso. Y a la vez, un reto que propone, sin ser excluyente, una incorporación de la representación formalista y un registro textual de contexto, incorporando la tecnología disponible y sumando deseo, voluntad y poesía, reinaugurando un paradigma desideologizado, reinventándolo para nuestro presente.